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La marihuana no es la culpable

Merlina, 50 años. Madre de un adolescente recuperado

Mi único hijo es adicto a lo que de un tiempo para acá está de moda y se ha pasado al lado de las medicinas: la marihuana.

Lo primero fue pelear con la sustancia como si ella tuviera la culpa y como si desapareciendo de la tierra todas las plantas de cannabis, el problema de mi hijo a quien llamaremos Ramón, se solucionaría por substracción de materia. Innumerables lecturas sobre el tema, artículos en internet, videos sobre las adicciones... se volvieron mi pan de cada día; todo esto complementado con consultas a expertos, y conversaciones con conocidos que sabía que habían pasado por una situación similar…fue una época donde sentía una angustia abrumadora solo con pensar qué podrían decir de mi si se enteraban que tenía un hijo adicto…sentía que le había fallado como madre, no sabía que había hecho mal, en qué me había equivocado... no sabía qué debía hacer, no dormía, no me concentraba en nada, solo pensaba en cómo poderlo ayudar, y todo esto me llevó a tomar la decisión de internarlo.  

 

Esa fue otra etapa difícil para mi: primero encontrar “el mejor sitio” y luego hallar los recursos para poder pagarlo. Mire varias instituciones, investigue en mi país, por fuera...quería que fuera el mejor tratamiento posible. Estaba llena de miedos…¿con quién iba a compartir mi hijo si entraba en un centro de rehabilitación? ¿saldría siendo otra persona? ¿qué iba a poder hacer y que no? ¿lo iba a poder ver?  Vi varios lugares, unos mejores que otros en el trato a los internos, pero todas me llevaron a la misma conclusión: si no era por voluntad propia de Ramón, no habría por parte de él colaboración para el tratamiento.

Aquí aprendí mi primera lección como madre de un adicto: no dependía de mí. Las personas adultas (mi hijo en ese entonces ya era mayor de 18 años) tienen libre albedrío y quienes estamos a su lado solo podemos sugerir y hasta presionar, pero no podemos tomar la decisión por ellos.

Durante el tiempo que pasó en entradas y salidas de Ramón a instituciones de rehabilitación, empecé a trabajar en mí. Esa sí era una decisión que podía tomar por mi familia.  

 

 

 

La segunda lección que aprendí fue dejar la culpa y aceptar la responsabilidad de un matrimonio fallido, lo que para mi hijo se tradujo en una familia disfuncional, con un padre psicópata de quien me había divorciado cuando Ramón tenía 12 años, y a quien por un tiempo atribuí todos los males del universo. Comprendí que no hay acciones individuales en las relaciones familiares; los conflictos necesitan más de un protagonista, y yo había participado.

Mi tercera lección... de ese trabajo interior ratifiqué que la sustancia no tenía la culpa, ni nuestro desempeño como padres, tampoco. Las cosas nunca las hicimos con mala intención y aunque nos cabe responsabilidad, ya no era posible volver el tiempo atrás. Pero tenía el presente para poner en práctica lo aprendido y vivir de la mejor manera posible: encontré el sentido apoyando a los demás y poniendo a su servicio lo mejor que puedo sacar de mí. Ahora trabajo a diario para apoyar, acompañar y aprender de todas las personas con quienes comparto la vida, por razones personales o laborales.

 

Y se preguntarán ¿Hoy en día qué? Mi hijo se recuperó de su adicción con ayuda del Colectivo, pero yo también tuve que trabajar en mi para poder ayudarlo. El tratamiento es un proceso de familia y en familia, es un proceso que debe construirse desde la unión, la aceptación, la confianza y la comunicación. Para trabajar en la adicción de un hijo se debe hacer equipo con él, para que sepa que puede apoyarse en ti, sin miedo. Y no, no se trata de ser permisivo, ni ser el amigo…se trata de ser ese refugio seguro para ellos, el refugio que antes buscaban en otro lugar...como en las drogas.  

Hoy, trato de tener una relación adulta y respetuosa con mi hijo de quien estoy segura tiene todas las capacidades para defenderse ante cualquier dificultad en la vida. El mayor aporte del Colectivo es aprender a actuar en consecuencia, poniendo los límites que quizás faltaron en la niñez y adolescencia, pero que estoy segura nos sirven para vivir en armonía tanto a él como a mí. 

En Volver, no solo nos enfocamos en tratar los síntomas de la adicción. Buscamos atacar la raíz del problema.

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