¿Soy adicta?

Esta pregunta pasó una y mil veces por mi cabeza frente a los cuestionamientos de mi familia y cuando me enfrentaron a un profesional de la salud por primera vez, ya que nunca llegué a pensarlo por iniciativa propia. Las formas de relacionarme, mis hábitos diarios y mis acciones eran algo normal, eran parte de mi forma de ser. Mi espacio social y el consumo era un hábito como lavarme los dientes; no podía faltar– estaba presente mañana, tarde y noche.  

Cuando mis comportamientos empezaron a generar daño en todos los aspectos de mi vida, cuando mi parte educativa pasó a un segundo lugar, cuando mi familia me dejó de importar y cuando lo único que tenía importancia para mí, eran los espacios sociales de consumo y compartir con “mis amigos”, me di cuenta que estaba negándome a asumir la responsabilidad por las situaciones dolorosas que estaba haciendo pasar a mi familia y las personas que me querían. Me la pasaba justificando mis acciones, debido a que prevalecía la satisfacción que generaban las sustancias en mi.  

La minimización de mis acciones fue aumentando tanto, que la deshonestidad creada en mi mente se convirtió en mi realidad paralela...me decía a mi misma que estaba bien para poder seguir en la vida de consumo activo; desapareció el amor propio y mis intereses como mujer, lentamente mi vida se fue desvaneciendo y creé una vida falsa llena de placeres, que me llevaban siempre al mismo punto: una vida de caos, de malas decisiones, y de irrespeto hacia mi misma.  

Muchas veces recibí por parte de mi familia espacios abiertos para hablar de lo que estaba pasando y siempre me cerré a la posibilidad de recibir ayuda y mucho menos aceptar que tenía un serio problema. Cuando se llegó el día de enfrentar la realidad por el apoyo de mi familia al llevarme a un centro de rehabilitación, mi mente seguía pensando si realmente era adicta, e inicié un proceso de comparación donde siempre la respuesta era, “obvio no lo soy”, “está bajo control”,” yo consumo cuando quiero”, “adicto es el que está mal o está en la calle, yo lo que estoy es bien” y me justificaba diciéndome  a mi misma que mi familia no me quería dejar vivir y experimentar el mundo.  

Me costó mucho tiempo aceptar que estaba en negación frente a mi adicción. Me costó poderme responder “Si, soy adicta”. Tuve primero que asimilar que de las mieles en las que creía que vivía, realmente estaba viviendo en el infierno. Tuve primero que asimilar una condición de enfermedad a algo que me generaba placer físico, pero desestabilizaba todas las áreas de mi vida. Ese fue el inicio de mi cambio.  

Entendí que la doble vía de la adicción se presenta al brindar espacios satisfactorios para el adicto, desde espacios físicos y sociales hasta sensoriales. Te lleva a normalizar, a justificar, a buscar esos espacios más frecuentemente. Te lleva a vivir desconectado de la realidad, a vivir en un mundo alterado y fabricado. ¡Nada más alejado de vivir auténticamente! Ser adicto es ser esclavo del consumo de esa sustancia que te brinda un supuesto alivio. Pero la realidad no es esa, el consumo no te da libertad, te la arrebata de las manos. Te aleja de ti, de tus sueños y de tus seres amados.  

Uno puede mentirle a todo el mundo menos a uno mismo, y sólo cuando aceptamos nuestra condición de adictos,  podemos empezar el camino de regreso a nosotros. Y así, volver a conectarnos con la vida.